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Ago 9, 2024 | Uncategorized

El más terremoto de todos los terremoto

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Written by Jorge Bhagat

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Para Jorge…

Tienes que saber que mi muerte es una protesta, una protesta ante los altos, ante la vida, ante el tráfico, ante la bicicleta, mi muerte es un Terremoto, por eso lo hice así, como Terremoto que soy, el más Terremoto de todos.

El 23 de febrero del 2012 Jaime se subió a su bicicleta para ir a una carrera, un alleycat, un circuito de diversos puntos en la ciudad (checks points) que tenía que recorrer en bicicleta de piñón fijo a toda velocidad recolectando naipes de una baraja.

Jaime se levantó ese día con una sensasión especial. Llevaba años rodando en bicicleta, montando como una bestia. Se enamoró, no lo pudo evitar. El amor a la bicicleta era para Jaime como el primer amor, como nuestro primer novio que nos emocionó tanto, esos primeros besos y la esperanza de que nunca terminara, de que alguna forma pudieramos estar juntos para siempre.

Ahhh, pero la bicicleta no me deja, no me engaña, no me deja en visto, eso pensaba Jaime mientras se lavaba los dientes y se miraba en el espejo, detrás de esos grandes lentes y esos pequeños ojos, había un tunel vacío que antes no estaba ahí. Decidió nunca más esperar por ella, arrancarse eso del pecho y soportar el hoyo profundo en su interior, lo podía sentir al respirar, lo podía sentir al tratar de ver su futuro, ¿qué otro propósito estaba frente a él? Ella nunca volería y nunca le iba a hacer caso a su padre, ¿Qué funciona en mi vida?, se preguntaba Jaime.

Jaime pertenecía a un grupo de jóvenes ciclistas y artístas urbanos que en un momento muy específico hicieron temblar la Ciudad de México con su “ciclismo urbano” libre. Jaime era un Terremoto, del Terremoto Crew:

«La bebes o la derramas, ride or die, somos o no, nada de caricaturas, falsas esperanzas; la pantalla plateada se desmorona ante la velocidad y el vértigo, ante el cierre de las láminas, la colisión inevitable. A nadie le importa nadie, nos aventamos a la autodestrucción, pero conscientes de que somos polvo de hadas flotando sobre el gran susprio de Dios./

¿Qué cómo sé todo esto? Porque yo estuve ahí desde el principio, desde que mi primo lo conoció, y se pasaron todos los altos de México Tacuba desde Insurgentes hasta San Cosme. Yo estuve ahí y vi todo de cerquita, yo también estuve en el Espacio Escultórico investigando de qué iba la vida y la existencia. Yo estuve ahí cuando salimos a rodar en la noches y madrugadas para reclarmar la ciudad como el Terremoto que éramos, como el Terremoto que fuimos. Jugamos juntos los primeros torneos de bici polo de la Ciudad de México.

No sentimos desesperanza porque sabemos que ya valió madres, porque la guerra se perdió hace décadas, porque los intentos inútiles de los esperanzados nos hacen llorar de la risa, porque la realidad nos fastidia y harta, escapamos en este invicto viento./

Estas palabras se me escapan a mi ojos y todavía siento la adrenalina que hay en esas frases. No hay ficción en ese texto, no eran mis palabras las que escribía, eran las palabras de todo el crew, eran las palabras de Jaime.

Súbete a tu bicicleta y date por vencido, toca fondo y libérate de las chingaderas que no sirven. Toma el manubrio y mételo en los culos de los vendedores sonrientes, vuela el lugar, destruye todo, en todos lados somos libres, no nos podemos detener, no nos van a detener, a la verga lo que no sirva./

Jaime tenía 5 años cuando decidió bajarle los calzones a su hermana para ver de una vez si también tenía pene. Siempre fue un chico delgado, huesudo, enfermizo, como personaje de novela romántica alemana. Con un aire de pesadez y ligereza a la vez, a veces iba en patineta, a veces iba en bicicleta.

Abrimos la ventana y nada es tan aterrador como lo que vimos, quitamos los seguros,
violamos los candados, pregonamos tu miseria y cuando volteamos, justamente ahí: vimos lo
peor.

Apesar de vivir en México, su piel era clara y sus ojos pequeños detrás de esos dos lentes
gruesos. Casi siempre llevaba gorra y una playera que le quedaba grande y que lo hacía ver más delgado. Siempre lo acompañó como un peso en sus hombros, como si algo se posara detrás de él y lo encorbara un poco. Tal vez era su destino, que lo estaba esperando desde pequeño. Siempre fue dulce y rebelde, como si fuera un canalla que quiere ser tu amigo.

Curados de espanto, lo único que nos queda son nuestras bicicletas y nuestros culos callosos./
Reparamos los errores y pagamos lo que debemos, no tenemos nada, no necesitamos nada.
A la verga lo que no sirve”.

¿Podría ganar esta vez? Esa pregunta que te viene antes de cada carrera, competencia, partido o lo que sea que hagas para ganar algo, ¿Esta vez lo podré lograr?, ¿Será que dejo de ser ese apestado, mala suerte, perdedor que soy?

Puso una canción antes de salir, estaban en casa de Oscar que meses antes estaba viviendo en Guadalajara, arreglando bicicletas para el gobierno. Se prendieron un toque de la que tiene sello
en la bolsa.

Se escucha, es esa rola…

Toma su bicicleta, salen juntos, ¡Vamos a repartir cabeza! La actitud Terrmoto ante todo:
“No somos ciclista de luces y cascos”, ¡No! Somos los Terremoto, un golpé seco en tu cien, un puñetazo en tu estómago, y un cabezaso en tu nariz. Somos libres y salvajes como niños con el súper poder de la bicicleta y la velocidad.
Y Jaime sale volando junto con Óscar por las calles de Guadalajara, Terremoteando, sientiendo la muerte de cerquita, pegados a los coches, agarrandose de las puertas y las defensas de los camiones, abriéndose paso ante la incetidumbre, el asombro y también la indiferencia de los cochistas de Guadalajara, de la torpeza de la “provincia” del egoísmo justificado en ranchería, la
ignorancia de la cultura cochista en su explendor después de 50 años de adoctrinamiento.

Ahí, en medio de todo, va Jaime con Oscar, en sus bicicletas fijas, abriéndose paso en el
tráfico tapatío, ahí Jaime se pregunta: ¿Podré ganar esta vez?
No corríamos para ganar, corríamos para correr. Corríamos para romper el asfalto, para
partir la calle, para sentir la velocidad en nuestras manos, para sentir la firmeza de la vida
a 40 km/h en sólo 2 ruedas con un diámetro de centímetros.
Jaime sale volando a 90 km por hora, es golpeado por una camioneta. Al golpear el suelo fijo
colapsaron sus pulmones y órganos vitales, su cerebro sufrío daño mortal. Eso que golpeó la
calle, el asfalto, no era Jaime, eran 65 kilos de huesos, carne y muerte; polvo, cenizas. Energía,
Átomos.

Morir para no vivir, morir como un bomba, morir en un instante, fulmiado por un rayo de
verdad, elevado por la luz de la consciencia más allá de su cuerpo, haciendo realidad su sueño de
ser alguien fiel, comprometido con la bicicleta, con la ruptura. No aceptamos la vida que tenemos
por delante:
“Por supuesto que iba a morir en mi bicicleta amarrado a mis estraps, directo hacía un alto,
impactado por una camioneta a 90 kilómetos por hora. Yo también prefiero morir estrellando
mi cabeza en el asfalto, viendo mi riñones, mis pulmones y mi corazón ante el despapaye, ante
el negro y obscuro del vacío.”

Pensar en Jaime siempre me lleva a la misma conclusión: él fue el verdadero Terremoto, el que
nunca dejó de pedalear. El que ve la muerte de frente y no se quita, ¿por qué quitarse?, si sabe
que detrás de todo miedo está la verdad, esperandonos, mirándonos de frente, preguntándonos
¿eres de verdad un terremoto? Y su mirada oscura y luminosa nos penetra como un bisturí quirurgico,
hasta adentro de nosotros mismos la respuesta a esa verdad nos lleva a nuestro destino.
Jaime encontró su destino antes, contestó la pregunta claramente: ¿Eres un terremoto? “Sí”, ¿tienes
miedo? “No” ¿por qué no? “Porque ya estoy muerto”./

“Los edificios a lo lejos con sus luces parpadeando, brillando en oleadas, como queriendo salu
dar, como queriendo acabar con mi soledad, y los árboles de Chapultepec, encima de mí, abra
zándome con su oxigeno, con su energía, con sus hojas y la lluvia que me baña, que me da c
onsuelo y lejos allá ustedes, los civilizados, en sus oficinas con sus trajes y zapatitos, corbatas,
están allá en la grúa, construyendo, los puedo ver; puedo ver sus coches, puedo ver sus luces,
puedo ver sus aviones, puedo ver sus helicópteros. Solamente no me siento ahí, no sé qué ha
cen allá, porque yo me quedo aquí abrazado por mi bosque, en mi pasto y si realmente des
pués de la muerte hay algo más, quiero que sea este pasto y este bósque después de la muer
te.”

En medio de la realidad de la tarjeta de crédito y el peligro de la cárcel, nuestra verdad sólo puede
existir entre la vida y la muerte, más allá del romanticismo, en este existencialismo romantico
post moderno diríamos: “el sentido de mi vida es mi muerte”. Y no sólo eso, también el cómo morir:
morir amarrado a tus estraps, tomando el manubrio con fuerza como el último desapego, el
último suspiro, como el último pedaleo hacia nuestro destino.

Azcapotazalco ,1-8-2023
Jorge Bhagat.

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